martes, 6 de diciembre de 2016

Pity Zapata. El patrón del ritmo tropical



Su portentosa voz marcó la historia de la cumbia boliviana. Sin embargo, jamás pensó que se ganaría la vida cantando y que llegaría a ser famoso por ello. Su niñez transcurrió entre las calles del viejo San Pedro, jugando con la t’ejeta (pelota de trapo) y construyendo chullu chullus (sonajeras) con tapas de cerveza que hacía aplanar al paso del antiguo tranvía cerca de El Prado. Fue bautizado como Rigoberto Zapata Ramírez y nació en enero de 1938, pero todos lo conocen como el gran Pity.

“Ni soñaba con ser cantante, con decir que recién debuté a los 23”, dice en este presente donde es plácido recapitular el paso del tiempo. Niño, al pequeño Rigobertito le gustaba la música que escuchaba en la radiola que tenía su familia en casa, ritmos a los que acompañaba haciendo sonar sus chullu chullus y pegándole a unas cajas como si fueran tambores. Más adelante y por esas casualidades de la vida, el joven Rigoberto tuvo la oportunidad de asistir a una fiesta donde tocaba la famosa e inalcanzable Orquesta Swingbaly, “la mejor y más profesional por siempre”, afirma hoy aunque su relación con el gran conjunto ha cesado hace ya mucho. Entonces recuerda que durante una pausa en la actuación de los músicos en esa noche sesentera, tomó coraje y se animó a presentarse ante los directores del grupo, los hermanos Medrano, ofreciéndose como percusionista.

Foto: YTIMG.COM

Ellos respondieron que “sí, sí, ven cuando quieras”, aunque en el fondo pensaban que se trataba de un joven más atrevido que cantante. Aún así, había algo en el muchacho de instinto porfiado que les llamaba la atención. Y así, de esta manera, empezó a asistir a los ensayos en los que conocería a los mejores exponentes de ese ritmo tan contagioso con raíz colombiana, bajo la gran influencia de la Sonora Dinamita, que era la agrupación de cabecera del naciente movimiento cumbiero nacional y latinoamericano.

Rigoberto participó de algunos conciertos como animador-bailarín-percusionista y gracias a ese empeño fue incluido en la delegación invitada a animar un festival en el Hotel Ritz de Jujuy, Argentina, en 1961. Previamente, el grupo había estado alistando cuatro temas para estrenarlos en dicha presentación, pero con la premura, el cantante original de la orquesta, César Sarmiento, quien era analfabeto, no pudo memorizarse las nuevas letras a cantar. “Yo lo ayudaba leyendo, pero llegado el momento dijo que se había olvidado todo”. Ante esa dificultad, el resto de integrantes, a sabiendas de que el fogoso muchacho también era dueño de una aceptable voz, lo “obligó” a hacerse cargo del micrófono para salvar la situación. Él estaba muy nervioso, “pero tres vasos de whisky fueron suficientes para darme toda la confianza”.

El show salió tan bien que de ahí en más, el polifacético del grupo, aquel que se movía, animaba y fingía tocar muy bien las congas, sería presentado al retorno al país como la nueva incorporación de la afamada orquesta. Fue Antonio Tony Medrano, trompetista y también músico de jazz, el encargado de transmitirle el itinerario de futuras presentaciones, entre ellas una actuación en El Maracaibo de El Prado. “¿En El Maracaibo? Yo a ese lugar solo iba a espiar de la puertita, no me dejaban entrar por chango”, recuerda haberle dicho a aquel director del grupo sobre la boite (club nocturno) más famosa de los 70. Y fue en ese lugar de luces destellantes donde el muchacho se fue haciendo famoso con esa voz tan particular.

Foto: VIMEOCDN.COM

Una de las desarropadas chicas que allí trabajaba fue la encargada de rebautizarlo como Pity. “Era una chilena que me empezó a llamar así y yo no sabía por qué, pero no le decía nada. Después ella me dijo que no me enoje y me explicó el significado, ellos le dicen Pity a los cieguitos, claro, como yo usaba lentes de aumento. Nunca me molestó, al contrario, me gustó y de ahí en más soy el Pity Zapata”, recuerda con agrado. En 1972, Pity renunció a la gran orquesta para integrarse al conjunto musical de la Fuerza Aérea Boliviana (FAB), donde era como un soldado más aunque sus armas eran las melodías que inculcaban civismo entre militares; no obstante, el gran grupo de uniformados también tocaba cumbias y música mexicana.

Animador

Su presencia fue haciéndose habitual en los aniversarios patrios y fiestas privadas para los jefes de turno de una época oscura. “Una vez tocamos para (Luis) García Meza y él me invitaba whiskys mientras (Luis) Arce Gómez, que era medio loco, disparaba al cielo. Cuando García Meza estaba medio mareadito, me contó que la Embajada de Estados Unidos lo quería sacar porque él se había negado a darles ‘coca’. ‘¡¡¡Por qué les vamos a regalar, esto es plata!!!’, decía. Y al poco tiempo lo sacaron”, rememora este cantante de lentes oscuros.

A la par de su labor en la orquesta de la FAB, Pity grabó para las mejores agrupaciones de la época: Sonorama, Orquesta California, Caravana, Orquesta Los Flamencos, Orquesta San Francisco, Orquesta Guantanamera, con las que solía realizar giras por Estados Unidos, principalmente. Fue en uno de sus viajes que le hicieron escuchar una cumbia ecuatoriana llamada Casita de pobre (Polibio Mayorga), la cual pensó sería un éxito en Bolivia. Y así fue. De retorno al país, le dijo a Miguel Dueri, propietario de Discolandia, una frase que sentenciaba sus intenciones: “Voy a grabar un tema que no va a morir nunca”. Era 1980 y aquella canción pasó a ser la número uno en fiestas y pedidos radiales. “He cantado cosas muy bonitas en la vida, pero con Casita de pobre mucha gente se identificaba, por eso fue un gran éxito, hasta hoy me la piden”.

Con el tiempo se hizo testigo del nacimiento de otras estrellas del género como Luis Fernando del Río, quien venía de la corriente del rock tras su paso por Manantial para integrarse a la Swingbaly antes de morir trágicamente; Nena Zeballos, la revelación de las voces femeninas cantando valses peruanos de los dorados 70; y la gran Genoveva Beba Rocha, que también marcó época interpretando temas como Tabaco y ron o Remolino. Ellos y algunos más como Jorge Eduardo forjarían una generación de eximios cantantes donde el gran Pity era el más respetado.

Foto: YTIMG.COM

En 1986 migró hacia Argentina, país en el que tuvo presentaciones para las colectividades boliviana y peruana. Y en 1992 retornó al medio que lo vio nacer y donde la cumbia ya no era la de antes. Las innovaciones tecnológicas restaban el número de miembros de los grupos cada vez más desprolijos, banales y frívolos en su lírica. El espectáculo había decaído. “Ya no tienen el profesionalismo de antes; yo admiro mucho a la Orquesta Swingbaly por ejemplo, ahí no tocaba cualquiera, había que saber leer partituras y armonizar, todo requería de mucha habilidad de parte del director del grupo”.

En los últimos años ha reeditado sus canciones, algunas han sido subidas a YouTube para conocimiento de las nuevas generaciones y él continúa en la ruta de cantante armado de un flash memory, en el cual guarda las pistas de las canciones que le dieron fama y que lleva consigo hacia donde va. Dice que está muy lejos de despedirse y en todo caso lo hará cantando una de esas tantas letras de amor que ni el paso del tiempo logra coartar, “porque la vida es música”. Como narra una de las estrofas de las canciones más conocidas que hizo corear, Mi testamento: “... quiero de una vez comprenda y decida la herencia que voy a dejar / aclaro los nombres para que no exista ninguna razón de alguna confusión / a Asunción le dejo aquí mi corazón / a María toda, toda mi alegría / un millón de abrazos para Concepción / a Teresa toda, toda mi tristeza / a la fiel Leticia toda mi caricia / y a la cruel Amparo nada por infiel / y es mi testamento que ahora formulé / y voy a dejarlas a todas contentas / y es mi testamento que ahora formulé / y voy a dejarlas a todas sonriendo...”, que en la voz de Pity es una fantasía para los sentidos.


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